Dos días en la vida, a los 51

Esa mañana, mientras golpeaba las zapatillas grises de barro entre sí en la tranquilidad de la galería, me descubrí con la mirada desenfocada, hacia un horizonte que iba más allá del cerco de mi casa; y con la sonrisa dibujada. Claro que valió la pena.

La mejor compañía para zambullirte a un CR.

¿Estaré para un Cosquín Rock a los 51? ¿Y para los dos días consecutivos, sin respiro?. Contra todos los pronósticos adversos -incluidos los míos- y un debate interno prolongado, me decidí.

El plan era compartir el domingo junto a mis hijos, pero Cande terminó de lanzarme a la doble jornada.

Salimos el sábado a las 12 menos cinco, desde Santa Rosa de Calamuchita. La primera parada, improvisada, fue a tres cuadras, a comprar unos sandwiches de miga para acompañar el mate. La segunda parada técnica estaría a menos de una hora, en Alta Gracia, en unos de sus paradores sobre la ruta 5. Seguimos viaje con un lomito XXL para compartir a bordo. Era “finde” largo y el principal acceso al turístico valle de Calamuchita veía colapsada, pero no en nuestro sentido, hacia Punilla.

Sólo en el último tramo, atravesando la comuna de San Roque, el ritmo del tránsito se frenó, pero logramos mitigarlo con algunos atajos.

Desde unos cuantos kilómetros antes del aeródromo de Santa María de Punilla, se comienza a respirar el clima festival y se activa un potente circuito de economía informal. Quedan pocos patios sin reconvertir en playas de estacionamiento y los kioscos improvisados con una sombrilla y una conservadora se replican en cada esquina.

Dejamos el auto frente a la Plaza de la Avicultura. Desde ahí, caminando, comenzamos a adentrarnos fuerte en el universo CR.

-No están tan lejos los escenarios entre sí, disparé cuando aún estaba todo como acomodándose, con la pista bastante despejada y con el sol que pegaba arriba.

Maratón musical

Sueño de Pescado sonaba en el Sur y Nafta en el Norte, cuando llegamos. Escuchamos a ambos, sentadas, como tomando envión para un Día 1 que sería largo. De ahí, ya en modo maratón, nos fuimos al Montaña a escuchar Bándalos Chinos, una de las bandas de la grilla que Cande había marcado con resaltador.

 “Oh, no puedes ser feliz, con tanta gente hablando, hablando a tu alrededor, oh, dame tu amor a mí, estoy hablando, hablando, hablando a tu corazón”, Goyo Degano terminó el concierto con el espíritu de Charly flotando. De allí y ya enfrascadas en esa especie de éxodo frenético y constante de un universo musical a otro, empalmamos con el último tramo de Airbag: “Yo solo quiero olvidar lo que he sufrido por ti, es difícil olvidarte, si tu estas aquí”.

Y volvimos al Montaña, para disfrutar de Miranda y su hotel. En la mitad del show, me fui para el Sur, tomado por Divididos. No sé en que momento se hizo de noche y emergió un cielo azul con manchones blancos que contrastaba con el escenario que disparaba un rojo intenso.

“Remontar el barrilete en esta tempestad, sólo hará entender que ayer no es hoy. Que hoy es hoy, y que no soy actor de lo que fui”, es la gente la que canta con un Ricardo Mollo que se quedó sin voz. “No hagan llorar a este hombre grande”, respondió emocionado. Momentazo con Spaghetti del rock. Quiero estar ahí, aunque sé que en la otra punta están Pericos y amigos. No hay forma de desdoblarse, ni “multiverso” que alcance. Y esa sensación es, justamente, parte del encanto de de estar acá.  

Divididos sobre el escenario.

Nos reencontramos con Cande. Hay que fijar hora y lugar, sino es complicado, no hay celular que resista y la conexión debe ser otra. Juntas, de nuevo, nos encaminamos hacia el Norte, a uno de los planes ya previstos, que era Babasónicos. Pasamos unos minutos por el arranque de Lali, convertida en performer y si había dudas de su actitud, versionó Yegua, una de las clásicas de Babasónicos, con los autores a un puñado de metros. Seguimos hacia Adrián Dárgelos y su grupo, que entregan un show potente.

El cuerpo ya clamaba por una pausa y nos sentamos a comer algo. Ya los escenarios no parecían tan cercanos como unas horas antes. La distancia corta, había sido una ilusión óptica.

Conociendo Rusia comenzó a sonar, pero yo me desprendí de nuevo para el Sur: La estampida atraída por la fuerza de Llenos de Magia de La Vela Puerca. “A veces quieren correr es algo muy natural, porque en el miedo viven sus normas”, nosotros acá corremos para verlos.

Ya es de noche cerrada y el escenario Montaña se transformó en fiesta electrónica con Gordo, el DJ guatemalteco, que claro, “gugleé” al día siguiente. Nos retiramos ya, llenas de músicas y emociones en este primer día, mientras Decadentes hacía de lo suyo.

Segundo acto

El domingo, arrancamos tipo 14 desde la ciudad de Córdoba con una lluvia copiosa, que por momentos dificultaba la circulación en una ruta inundada. Llegamos nuevamente a la plaza de la Avicultura. La lluvia dio una tregua y salimos debajo de las últimas gotas hacia el aeródromo. Un camino que ya era familiar. Atravesamos el predio con barro y charcos, que reflejaban el paso de la tormenta.

“¿A dónde están? los que decían querer verte bien, te aconsejaban si no dabas más, ahora no hay nadie te duele saber, y vas temblando contra la pared”, rugía Cruzando el Charco. Y allí estábamos, mientras las capas de lluvia iban desapareciendo, con las nubes bajas en contra de las montañas y el sol brillando de nuevo. 

Barro y nubes “al ras” del piso, después de la tormenta.

Nos encontramos con Rami. Descartamos Estelares, un grupo al que fui a ver muchas veces para escuchar a las Pastillas del Abuelo. A la mitad, nos fuimos a la fiesta de El Kuelgue.

Una de las motivaciones centrales para mí, fue vivirlo con mis hijos. Y en la grilla, milimétricamente puntual asomaba uno de los favoritos de Rami, Ciro y Los Persas. Allí fuimos de nuevo, reagrupados. En sintonía con los primeros acordes, comenzaron los primeros empujones, y decidí retroceder unos metros. Pienso en mi rodilla con ligamentos operados y en el público poguero de Ciro.

También se vibra un poco más atrás, con un tremendo atardecer de fondo. Y la música te acerca, con gente que no conocés ni verás más en tu vida.

El show de Ciro y el atardecer como “bonus track”.

Pasamos a vuelo de pájaro por los mendocinos de Usted Señálemelo. Y me voy sola, hacia Los Tipitos que estaban en el escenario Boomerang, uno de los alternativos. Somos unos pocos cuando disparan “silencio, que no es silencio”, pero un par de clásicos después, a la hora de “Brujerías”, el público llega hasta los puestos de comida. Parece que el espacio, quedó chico.

En la otra punta está Slash, el guitarrista ícono que unos días después protagonizaría un momento central en los Oscar, junto a Ryan Gosling. Lo escuchamos a la distancia, mientras cenábamos sobre las capitas para lluvia reconvertidas, en otro momento de descanso. Y nos vamos para el otro extremo: cuenta regresiva para la presentación de Duki, otro de los momentos masivos de la jornada, que comparto para espiar un ratito la música que escuchan a diario. La nueva cultura, los raperos, los traperos, los emergentes, los históricos, todo eso combina el CR.

De ahí, me voy –de nuevo- hacia la cabecera opuesta: está el rock patriarca de Las Pelotas, y no me puedo ir del aeródromo sin escucharlos, pero con escala en la electrónica que en ese momento lidera Steve Aoki (también lo gugleé).

Último tramo nuestro en la fiesta, con Molotov de un lado y Damas Gratis del otro. Y nos vamos sin resistir la tentación del último chori, ya en la pasarela afuera del predio. Como en esas historias en las que vas eligiendo el capítulo que sigue, acá también vas armando el puzzle del Cosquin Rock que desees. En el corazón del pogo, a la distancia. En un escenario o peregrinando por todos. Arrancando a la siesta, o a la tardecita para sumergirse en la electrónica.

Y sin detenerte en los estilos, los nombres o los artistas, lo sobresaliente, según mi experiencia, fue el clima de alegría expansiva y residual, de música, de tirar los pasos de baile que te salgan. De vestirte como te guste. De inclusión. De fiesta colectiva. De momentazos. Y con mis hijos.

Saltando siglos, Confucio explicaba porqué compraba arroz y flores. “Arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir”. La música, podrían ser las flores de Confucio.
¿Porque no vine antes? Quizás porque a mis 25, más o menos la edad de Cande y Rami, yo ya tenía a Cande, era “adulta” a la idéntica eedad en que ellos siguen siendo jóvenes. Las revanchas de la vida a veces llegan, en este caso, con los mejores compañeros que me podrían haber tocado.
Ya estamos craneando el CR 2025. Eso sí, no habrá tanto debate interno. Serán dos días en la vida más.

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio