Bajando escaleras en Jujuy, con un Fiat Uno “todo terreno”

Ese viaje al Noroeste argentino estaba craneado de forma especial. Proponía ir un poco más allá de los cerros multicolores, impactantes quebradas, salinas interminables y profundas gargantas satánicas que encontraríamos.

Las ruedas traseras del Fiat Uno de Vero, habían descendido por el peso de los juguetes, ropa y fideos para distribuir sin hoja de ruta, entre familias y escuelas que asomaran por el camino.

A Rosa (47) la conocimos en la bonita ruta que une Cafayate con Salta. Esperaba la llegada de turistas para vender tortillas. A María, en uno de los accesos Purmamarca. Allí cocinaba ladrillones de adobe y paja y criaba cabras.

A Silvana, Malka y Matías, tres de siete hermanos, en Cieneguillas, mientras esperaban a que mamá y papá regresaran de la finca de frutas y flores en la que trabajaban.

Un poco más allá del cementerio sobre la montaña, con coloridas flores de plástico, en el ingreso de Maimará, charlamos con Margarita (37), quien fue mamá a los 15. Le brillaban los ojos cuando nos contaba de su esfuerzo para que sus cuatro hijas pudieran estudiar. A media cuadra y cerca de la “Paleta del pintor”, Dante de cuatro, nos condujo hasta su mamá Máxima (27), que venía con Guadalupe colgada de su espalda. Los cinco integrantes de la familia, habitaban un cuarto de 20 metros cuadrados. Experiencias que suceden cuando decidimos meternos adentro de la postal.

Además de tener un gran corazón, otras de las “cualidades” de mi amiga, es su debilidad por las ferias, espacios infinitos adonde se vende y compra desde camperas de segunda mano hasta condimentos o caños de escape. Ya habíamos recorrido un par en la ciudad de Salta y venía calculando empalmar con otra gigante, a un puñado de kilómetros de Jujuy.

Por ese motivo desviamos hacia Palpalá, ciudad insulsa que no estaría en ningún recorrido turístico, excepto el nuestro.

Después de recorrer varias veces los interminables y estrechos pasillos y de medirse decenas de prendas y comprar algunas, almorzamos la comida del día en un puestito del lugar. 

De allí, nos fuimos al hotel, modesto y vacío. La frialdad del agua caliente, en pleno julio, se compensaba con la calidez de los dueños. A las 21 estábamos listas para desandar los 13 kilómetros hasta San Salvador de Jujuy y cerrar nuestro viaje en Vieja Violeta, un pub bien punteado en Tripadvisor.

El pub era una casona reformada y recargada de relojes, muñecas de porcelana, fotografías antiguas, Fidos Didos y Barts Simpson. Del techo, de las paredes o de los estantes explotaban de objetos. Una ecléctica forma de cerrar nuestro viaje.

De regreso al hotel y sin conocer la ciudad, el GPS indicó, con insistencia, doblar a la izquierda. Obediente y sin dudar, Vero giró y sin darse cuenta, comenzó a desandar los peldaños de una escalera en pleno centro de San Salvador. Frenó de golpe, a tiempo para no bajar el escalón siguiente, que seguramente se habría quedado con una porción generosa del motor.

En una fracción, el panorama pegó un “volantazo” y la solitaria madrugada de Jujuy nos encontró con el auto en pendiente, a mitad de camino de una escalera. Sí, de varios peldaños. Muy similar a la escalera de “Truchi” o de los Inmigrantes, según su nuevo nombre, que corta en pendiente el centro de Santa Rosa de Calamuchita. Mientras mi amiga frenaba el auto hasta con sus ojos, yo me bajé, esperando el milagro.

De pronto, en una calle que estaba hacia el fondo; justamente al final de la escalera, frenó un taxi desde el que comenzaron a descender varias personas.  –¿Nos pueden ayudar? El GPS nos mandó por esta escalera… grité en la profundidad de la noche.

De golpe, una manada de hombres, mujeres y niños comenzaron a subir. Parecían preparados para el momento: en segundos se organizaron con piedras que colocaron frente a las ruedas. Entre todos, empujaron el Fiat hacia atrás, que se deslizó sin titubear sobre los peldaños. Estábamos de nuevo en carrera. Apenas alcanzamos a agradecerles, cuando desaparecieron tan rápido como llegaron.

A los dos minutos, perdimos nuevamente el rumbo. -Ustedes son las que estaban en la escalera, afirmó el pibe que nos indicó como retomar la ruta correcta.

Entre el susto y la emoción, no pronunciamos ni una palabra del episodio hasta varias horas después.

-Por donde vamos, ¿por la ruta o por la escalera?, lanzó Vero cuando ya encauzamos el retorno hacia Córdoba. Y no paramos de reír, y de agradecer la aparición de la familia milagrosa. Y capaz alguna explicación había. En ese momento, recordé a mi amiga recolectando juguetes, ropa y fideos para repartir no importaba a quién.

13 comentarios en “Bajando escaleras en Jujuy, con un Fiat Uno “todo terreno””

  1. Que hermoso relato, mi imaginación vivencio su increíble experiencia…. Vi las caritas felices 😍 al momento de recibir sus presentes, recorrí los grandes galpones colmados de prendas, brinde 🍷y me pregunte por dónde andarán las grosas??? … Por la ruta o por la escalera 🪜🫂🤣

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