Apoyo los ojos en la mirilla de la persiana. Miro la calle de noche, apenas iluminada. Hay un silencio pueblerino, lo único que se escucha es el viento. Respiro profundo, posiblemente sea el momento de escapar. Me corro de la ventana, y vuelvo a encontrar la escena. Roberto tirado en el medio de la cocina, desparramado. Bah, ya no es Roberto. Estoy convencida que en el momento exacto en que se va la vida lo que queda es materia, de hecho, materia muerta. Me pregunto que habrá pensado en el último instante, en esa milésima de segundo cuando ya sabés que se acaba todo y no podés hacer nada para detenerlo. ¿Me habrá visto a mí o a ella?
Cruzo los brazos mientras camino alrededor de esa bolsa de materia que hace quince minutos se llamaba Roberto. Me digo a mí misma que debo tener un presagio de inteligencia absoluta, que debo tomar la decisión acertada. Suspiro pensando que capaz la cagué, que acabo de arruinarme la vida. Se me estremece el cuerpo. ¿Cómo no reconocí los signos? Apareció hace dos años. Yo venía un poco golpeada, y él vino a hacerme de príncipe azul. Las maneras correctas, las palabras que esperaba, los actos de amor soñados. Le podía pedir lo que yo quisiera, excepto ser la única.
¿Qué me pasó? ¿Cómo fue que no salté antes del barco? Yo vi los signos, los tuve en la mano, pero los escondí debajo de la mesa.
Me arrodillo a su lado, intento olerlo. Está con un calzoncillo negro y medias grises. Tiene una cadena con una cruz que siempre detesté, pero nunca me animé a decírselo. Por primera vez se me caen unas lágrimas. No, no. Tengo que decidir qué hacer.
Lo correcto sería que llamé a la policía y cuente lo que paso. Tuvimos una noche hermosa, de esas que yo pienso lo harían dejar a su mujer. Vino a buscar un vaso de agua, se resbaló y cayó. Sólo escuché el ruido desde la habitación. No gritó, no me llamó. Nada. Se murió. Así, en pelotas en la casa de su amante. Cuántas historias como éstas habrá en el mundo. No soy ni la primera ni la última. Me tendré que bancar el desprecio de su mujer y sus hijos, y tal vez, de algunas otras casadas del pueblo. Esas que te miran, no sabes si con desprecio o con envidia. Lo que seguro tienen es miedo, miedo a que les arruines su plan perfecto de lugar seguro para toda la vida.
Obviamente, Roberto era distinto. Lo deseé desde la primera vez que lo vi. Él era diferente a todos los de este pueblo de mierda, tenía otro vuelo. Yo podía hablar de lo que quisiera con él.
Lo miro ahí, y pienso que lo quise con locura. Se me ocurre cavilar qué harías en esta situación. Capaz me abrazarías y me dirías que lo podemos arreglar. Pero es mentira. Vos y yo sabíamos que nunca lo hubiésemos podido arreglar. Y pensar que ahora estoy a punto de crucificarme por vos. En el momento en que la policía ponga un pie en esta casa, estaré en la boca de generaciones y generaciones de gentuza de este pueblo.
Puedo irme, puedo cargarte en el baúl del auto y quemarte en alguna parte. Debe existir un lugar donde pueda prender un fuego y nadie lo sepa. Total, nadie sabe qué estás acá, nadie puede sospechar de mí.
Yo, la niña perfecta, hija del exintendente, la pediatra más querida no va a estar relacionada con la desaparición del verdulero de la cuadra. Viejo choto. Hasta capaz que algunas hablen de tu tendencia a baboso. Sí, sí. Mi mejor opción es escapar. ¿Cuánto puedo demorar en subirte al auto?
Vuelvo a asomarme por la mirilla de la persiana. Miro la quietud de la noche, ¿a cuántas personas que están durmiendo plácidamente está a punto de cambiarle la vida? A ella, a los hijos, a mi papá, a mi mamá.
Cruzo los brazos y me abrazo. Todo lo que está alrededor mío se va a caer para siempre. Como te caíste vos, de un segundo para otro. Y pum se terminó todo. No queda nada. Sólo está bolsa de papas tirada en mi cocina. Sos un pelotudo, no había forma más idiota de cagarme la vida.
La autora, Agustina Servino, nació en Hernando y estudió la licenciatura en Comunicación Social en la UNC. Actualmente reside en Santa Rosa de Calamuchita y se desempeña como docente de Lengua y Literatura en el Instituto secundario San Francisco de Asís y gestiona una posada familiar.