PU DUAM: de monte a uno de los viñedos mas jovenes de Calamuchita

Una delicia de violines y de flautas traversas inunda el ambiente, entre las prolijas hileras de plantas de uvas sauvignon blanc. A pocos metros, un puñado de talas y de chañares añosos amortiguan la calurosa siesta. Debajo, los invitados disfrutan, entre sillones, con una copa de vino en la mano.
Hacia uno de los extremos del predio, la vista enfoca las Sierras Grandes, con la emblemática silueta del Champaquí. Hacia la otra, el recuadro es del cordón de las Sierras Chicas. Allí está el último de los más de 20 viñedos creados en Córdoba, que cada vez suma más emprendimientos, sueños e historias ligadas al vino.
Días atrás se presentó Pu Duam, en Villa General Belgrano, casi al límite con Santa Rosa de Calamuchita. Es el primer proyecto vitivinícola en el pueblo cervecero.
Carlos Passerini (66) teje la historia con la que nació el viñedo. A la charla se suman su hijo Lucas (32) y Desire (30), su nuera.
“Estoy en el mejor momento de mi vida, mis hijos están conmigo y están tratando de darle más vida al proyecto”, arranca el empresario. Y explica el nombre mapuche del proyecto: “Los afectos”.
Carlos tiene cinco hijos. Lucas tomó la posta y lidera la empresa plástica familiar con base en Rosario y una sucursal en Córdoba.
Oriundo de la cordobesa Cruz Alta, antes de cumplir los 20 Carlos emigró a Rosario. Muy de abajo y con mucho esfuerzo, logró fundar una empresa del rubro del plástico. Se lanzó con menos de 500 dólares de capital: así nació décadas atrás Coinsplast SRL, la nave que hoy sustenta el emprendimiento del vino.

Gentileza de Nelson Torres
Gentileza de Nelson Torres


EL REFUGIO


En 2003, Passerini compró un campo en el Valle de Calamuchita. “Era todo monte cerrado, y tuve que entrar por el lote pegado”, recuerda. Lo pensaba vender a corto plazo, pero cuando vio el cuadro de las sierras cambió de idea. “Esto era para mí”, murmuró para sí mismo. “Ahí empezó el nuevo caminar”, desliza.
El propósito inicial fue construir un “refugio”, cuando el oscuro panorama del país hacía imaginar tiempos complicados. “Soy clase 1954: acompañé a escapar a muchos amigos durante la dictadura”. En democracia, en el árido 2001, llevó a varios otros a Ezeiza para emigrar, quienes le aconsejaban que hiciera lo mismo.
Carlos y su hijo Lucas, en el viñedo. Apuestan, sobre todo, a los vinos blancos. (La Voz)
Pero Argentina, con sus cíclicos vaivenes, siguió adelante. “No pasó nada de eso que temí, la empresa empezó a funcionar bien y el país a andar; a los tumbos, como ahora, pero uno ya fue tomando gimnasia”, ironiza. Pasó el tiempo, y el campito en Córdoba seguía ahí.
AVE FÉNIX
Ese 11 de septiembre de 2012, Carlos repitió un ritual de 30 años: comprarle flores a su esposa maestra. Esa mañana, fue a la florería de siempre. Era habitual ver estacionado su auto de alta gama en esa calle. “El Audi estaba todos los jueves ahí”, comenta.
Pero esa vez dos delincuentes lo esperaron para robarle. Hubo un forcejeo y lo balearon. Un tiro le dio en el fémur y otro le perforó la arteria femoral. Cada vez que regresa, porque sigue yendo a comprar flores, mira de reojo la marca de una de esas balas que aún persiste en una pared.
Una coincidencia le salvó la vida. “La médica nos dijo que fue muy extraño lo que había pasado: un disparo le perforó la mitad de la femoral y una vena actuó como un bypass, de lo contrario se habría desangrado. Gracias a eso, pudo llegar al hospital, que estaba a 10 cuadras”, cuenta su hijo Lucas. “Me iban a cortar las piernas, me decían que no iba a poder caminar más”, completa Carlos.
Meses después, decidió mudarse al campo de Villa General Belgrano, que ya tenía una cabaña: “La Modestita”. Fue el primero en usar la flamante pileta con rampas, pensada para personas con discapacidad.
Allí inició una rehabilitación que le demandó dos años, con asistencia diaria de la fisioterapeuta Julieta Moreno. “Durante dos años, vino todos los días, tomaba mates bajo la galería e indicaba ejercicios en el agua”, subraya Carlos. “Para aprender a caminar de nuevo”, completa su hijo.
Entonces, el sitio que había pensado para cuando “desapareciera” la Argentina fue el refugio en el que volvería a pararse, después de una experiencia que lo tuvo al filo de la muerte.


DE MONTE A VIÑEDO


“¿Por qué no te pones un viñedo?”, le disparó Daniel Martinelli, un amigo cordobés que no hacía tanto ya era dueño de uno, con bodega incluida, en la zona.
La idea lo sedujo. Y arrancó, aún en silla de ruedas. Fue a Mendoza para comprar los primeros plantines de vides. A los pocos meses, comenzó a plantar uvas bonarda, malbec y sauvignon blanc.
Para Carlos fue replicar a su abuelo piamontés, quien tenía un bar en Cruz Alta y preparaba su propio vino con un pequeño viñedo de uva chinche.
En 2018 plantaron el segundo viñedo, con sauvignon blanc en una parte y la gwurtraminer en otra. “Estás loco”, le dijeron cuando contó en Mendoza que quería esa última cepa de vino blanco, de las que hay muy pocas hectáreas en el país. Pero hoy ya está dentro de las primeras botellas, el Passerini de la uva de difícil pronunciación.
“Calamuchita es tierra de blancos”, apuesta Carlos sobre los vinos. “Este terreno es muy calcáreo, con muchos minerales que se transfieren al blanco”, acota Lucas.
Desde 2018, fueron saliendo ya los primeros vinos, vinificados en las bodegas también calamuchitanas Las Cañitas y Vista Grande. Como no podía ser de otra forma, uno de los vinos lleva la figura del ave fénix en su etiqueta.


EN LOS “CAMINOS DEL VINO”


La provincia de Córdoba creó en los últimos años un nuevo producto turístico basado en su variedad de bodegas y de viñedos. También es una apuesta productiva nueva en varias regiones.
Actualmente, el programa “Los Caminos del Vino” ofrece conocer 23 emprendimientos del rubro (algunos con bodegas propias) que funcionan en Calamuchita, Traslasierra, Punilla, Colón y el norte de Córdoba.
Pu Duam es el último agregado, y sumó un servicio de gastronomía y de alojamiento.
Y hay varios más en proceso de armado y de plantación: el vino cordobés goza de buena salud.

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