Una de las características de nuestro maravilloso valle de Calamuchita, es su entorno natural y las diversas propuestas que ofrece. Muy cerca de casa, vivimos y disfrutamos la experiencia de glamping Santa Teresa.
Esta condición, que combina lo “innato con lo adquirido”, no sólo instala a la zona como un destino sumamente atractivo para los turistas, sino que emerge como uno de los encantos centrales que ofrece a quienes elegimos este lugar para vivir.
Es sábado previo al inicio de la primavera y el pronóstico es inmejorable: sol pleno y temperatura que orillará los 30°. En modo turista, cargo las reposeras, termo, mate y sándwiches recién preparados. Libro, hamaca y protector solar.
Son las 12 y salgo de mi casa de Santa Rosa de Calamuchita. La primera parada será en la Terminal de Omnibus de Villa General Belgrano: Cande llega desde Córdoba, ya lista para seguir viaje.
Y seguimos, por la ruta interna que nos lleva hasta la rotonda de ingreso a Los Reartes y doblamos a la izquierda y nos subimos a la ruta 109, cuyo destino final es La Cumbrecita, con la postal de las sierras en nuestro horizonte. A un puñado de kilómetros, giramos a la derecha, dejamos la carpeta asfáltica y nos sumergimos en un camino de tierra muy conocido, que conduce a Rincón de Mirlos, adonde acampamos en más de una ocasión.
Pero esta vez, nos vamos hacia otro predio de la misma estancia Santa Teresa.
Allá nos recibió Nico, quien nos acompañó a Mogote, “nuestro” domo, sumergido en un bosque de acacias, pinos y sóforas, como el resto del predio. Están también Champaqui, Uritorco y Negro, que completan el grupo de unidades geodésicas, con nombres de cerros cordobeses emblemáticos. Están alejados uno de otros, en parcelas arboladas, que permiten intimidad.
Pero ahora, el plan es el río. Y Mogote deberá esperar un rato para que lo habitemos.
Nos vamos hacia la bajada principal. El río que cambia de fisonomía en su largo recorrido por zonas urbanas y rurales, en el valle de Calamuchita, nos ofrece su agua cristalina, bancos de arena para disfrutar con su cara más agreste. También hay sombra de árboles a pocos metros. Ni sombrilla hace falta.
Y las horas se pasan mansas. Con charla distendida, con mates, conectando con la naturaleza y con los afectos.
El celu sólo está para sacar fotos. La hora, la dispone el sol, que cuando cae, nos impulsa a caminar un rato por los senderos estrechos, que serpentean paralelos al río o que te sumergen en un túnel del tiempo: con una pirca y una acequia que remontan al paso de los jesuitas.
“Si la seguís llegas a Villa Berna”, nos había confiado Nico. El espacio, combina naturaleza con historia. Y antes de Villa Berna, la acequia conduce hacia la playa Escondida, otra perla del lugar.
Ya queda poca luz natural, y es momento de habitar los 27 metros cuadrados de Mogote, absolutamente cómodos, con un sommier XXL y dos colchones que brotan de abajo, uno de cada lado, cuando los huéspedes son cuatro.
El ventanal, abierto de par en par, contribuye al ensamble del domo con el entorno. La hamaca paraguaya, quedó en el auto. Cada domo cuenta con una y un espacio para colgarla en la parcela, un espacio asilado al resto.
El baño que no ocupa espacio en la superficie circular, tiene una ducha con la lluvia que sale del techo, absolutamente agradable.
Pasadas las 20, ya estamos listas para una nueva experiencia sensorial en Santa Teresa: nos espera Don Moncho, la primera vivienda de la estancia reconvertida en restaurante para huéspedes, que también abrirá a todo público en pocos días. Don Moncho, fue un casero, que se encargaba de cuidar el ganado, el lugar lleva el nombre en su memoria. El espacio, luminoso, con vidrios de colores, deja al descubierto una pared de grueso adobe. La historia sigue contando, no se borra en este lugar.
Comida casera, para cerrar el día. Ahora sí, a descansar. Mogote, como el resto de los “cerros”, cuenta con una salamandra alimentada con pallets, que no nos hizo falta encender.
Santa Teresa es un proyecto sustentable, con energía producida por paneles solares y las unidades que representan una intervención mínima y amigable con el entorno, con estructuras desmontables. Pronto se sumarán hangares y carpas, con prestaciones similares a los domos.
En esta sintonía, el desayuno fue nuestra última escala, de nuevo en Don Moncho, con música y la vista al predio encendido de verdes y con pocas ganas de irnos.
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