De Ariel Liendo
“No hacen caso alguno del sol…”
Henri Michaux-Un bárbaro en Asia
Había una vez una comarca habitada, repleta de habitaciones ocupadas. Había una vez un conjunto de personas encendiendo cuando no fuegos, luces, hornallas, velas, linternas, algo que alumbre la luz hecha comarca.
Alguna vez pasar y seguir, pasar y seguir alguna vez pasar y seguir por el perímetro de la comarca era ilusión dispersada sobre los ojos del pasante. Uno dos tres cuatro, veinte, miles quiero decir miles a los ojos, miles al ir pasando miles a los ojos al ir pasando por el perímetro, la comarca encendida, miles de pequeños, individuales incendios particulares, velas, altares encendidos, que nunca salga el sol la noche de nuestros muertos, de nuestras muertes.
Néstor Sánchez caminando sobre el rastro del había una vez, y otra vez, y otra y otra vez y Néstor Sánchez que camina por el perímetro de la comarca a sabiendas que su destino es de muerte y la vida que es corta y las hornallas se prenden y nadie pone la mesa aún. Nadie pone la mesa, sólo se limpian habitaciones para transitarlas caminando y la comarca encendida. Encendida. Se prenden linternas, faroles se prenden velas. Los muertos ascienden y se multiplican entre mis manos sus rostros transitan mis manos que fundan, entrelazadas, el recuerdo fijo en la memoria de mis muertos, que aún levantan la mesa, lavan los platos y prenden velas y el perímetro de fuego enciende la comarca encerrada de rezos y plegarias peregrinas, tan sacras que paganas.
Hubo una vez que la comarca signó el conjunto de poblaciones necesarias para que mi vida fuera, o sea, comenzara. Camino porciones de propósitos que intencionaron la extensión de mi vida en este mundo, en este pueblo. La porción de mi comarca se corresponde al propósito de mis abrazos que ya se nota que se resisten cada día más a ser mojados por la lluvia, arrastrados por el viento. ¡Que sople nomas! ¡Que se cague lloviendo carajo! Acá estoy intemperie, acá estoy, acá, en esta superficie que me reclama para que mis brazos se extiendan al cobijo del cariño que me nace, del cariño que me reza en cada vela prendida por mi muerte.
Y yo, yo pongo la mesa, enciendo el fuego y lavo los platos. Ustedes, ustedes quédense ahí, yo sigo, me quedan velas por prender, letanías que cantar, intemperies que afrontar superficies que tocar, pero, sobre todo, aún me quedan muchas cosas por decir, tantas otras por contar.
El autor, Ariel Liendo, es fiósofo, poeta, docente, curador y montajista. Este texto pertenece a su libro “Negro de mierda_una poemática del cuento”.