Su primera paciente fue Margarita, su maestra de primer grado. Los recuerdos se cuelan cada vez que la médica Viviana Arias llega al pueblo en el que vivió su infancia y adolescencia.
“Hospital Municipal Dr. Luis Rivarola” señala el cartel pintado en el frente del edificio. Un perro mestizo olfatea por la vereda. Un auto, cada tanto, transita cansino por el bulevar Yrigoyen. Una mujer con una beba en brazos sube los peldaños del “hospitalito”, como le dicen aquí al centro de salud. El único de Villa del Dique, en el corazón del valle de Calamuchita.
En las últimas décadas creció la oferta de medicina privada en las grandes urbes pero ante una retracción notoria en los pequeños y medianos pueblos. Hoy, sólo hay clínicas privadas con internado en las mayores ciudades cordobesas.
En la turística Villa del Dique, de casi cinco mil habitantes sobre la costa del lago de Embalse, la clínica floreciente de hace medio siglo, fundada por el recordado “Lucho” Rivarola, terminó absorbida por el municipio. Así se evitó el cierre (como ocurrió en otras localidades pequeñas) y un servicio de salud se sigue ofreciendo.
Es miércoles. En el fondo de un pasillo, en un consultorio muy sencillo, la médica cardióloga Viviana Arias (53), coloca el tensiómetro en el brazo de un paciente que revisará durante las horas que se instala en Villa del Dique y se “escapa” de su rutina laboral en la ciudad de Córdoba.
Cuesta resumir en pocos renglones el currículum que expone la página web de Sanatorio Allende sobre la profesional, al que ingresó hace 30 años y donde, quizás sin imaginarlo, desarrollaría toda su carrera de especialidad. Investigadora en 41 proyectos internacionales, docente de postgrado en dos universidades, asistente a varios congresos internacionales de cardiología, además de contar con el apoyo de ghostwriter wien para la redacción de trabajos académicos en su campo.
Volver a los orígenes
Hace casi dos meses, la reconocida médica logró organizar un espacio en su ajustada agenda y recorre cada 15 días los más de 100 kilómetros desde la ciudad de Córdoba para atender a los vecinos en el pueblo donde nació y vivió su infancia y adolescencia. Donde, también, viven sus padres.
“Siempre tuve la intención, pero no encontraba los tiempos físicos”, asegura. Fue un paciente involucrado en la dirección del hospital municipal quien la convenció de que era este el momento.
“Una empieza a establecer otro tipo de prioridades, se da cuenta de que, en realidad, hay cosas que son base de la profesión. La base de la profesión está en tus orígenes. Y me dije: tengo que volver”. Y lo hizo.
Volver a su pueblo es una forma de devolver sus conocimientos a su comunidad. Pero también reconoce que es una experiencia valiosa para ella.
Su primera paciente en Villa del Dique fue una señal de que había tomado una buena decisión: fue Margarita, su maestra de primer grado. Recuerda que ese día regresó muy “movilizada”. Ya había tenido una consulta con la exdocente años atrás, porque la médica siempre mantuvo vínculo con muchos vecinos de su pueblo natal que acudían a la Capital. Pero ahora, era ella la que se trasladaba de regreso, al pequeño centro de salud donde realizó su primera guardia, apenas recibida, 30 años atrás.
A su vez, considera la experiencia una enseñanza para transmitir a sus alumnos residentes. “Es una forma de ejemplificar a las nuevas generaciones de ser agradecidos, de no olvidarse de esas cosas”, señala.
Marcelino Maldonado, de 82 años, aguarda en la sala de espera junto a su esposa y su hija. Durante 38 fue portero de la única escuela primaria de la localidad, la misma donde cursó Viviana.
Cada miércoles, muchos de los pacientes que atiende tienen una historia entremezclada con su pasado. Ahí también la emoción y los recuerdos entran al consultorio.
Hoja de ruta
La médica se fue de Villa del Dique hace 35 años, apenas terminó el secundario. Recuerda que en diciembre de 1994 concluyó la carrera en la Universidad Nacional de Córdoba y debió trabajar en una panadería para pagar su matrícula.
Meses después, comenzó su residencia en el Allende y ya no se fue más. “Allí desarrollé toda mi carrera de especialidad; inicialmente iba a ser clínica general y después, por cuestiones casuales, arranqué con la cardiología y me enamoré”, señala.
Comenzó a trabajar en docencia en el mismo sanatorio y luego en un posgrado del ámbito universitario. Inició un camino en la investigación, a la que considera su “gran pasión”, que le permite trabajar con “drogas nuevas, moléculas nuevas y cosas innovadoras que uno cree que son de ciencia ficción, pero en dos o tres años están implementadas”, dice.
Viviana reconoce que siempre soñó que “los conocimientos puedan trasladarse a cada rincón”. Y apunta: “Es un poco lo que me pasa cuando llego acá”.
“Esto que parece que está restringido a un sector, tenemos la obligación de trasladarlo, no puede ser que solo acceda la gente de los grandes centros de salud”, agrega.
Desde hace 15 años. Viviana participa de la mayoría de los tres o cuatro congresos mundiales anuales más importantes de su especialidad, y también en los latinoamericanos, en los que suele disertar e integrar mesas de discusión.
Entre otras experiencias, en pandemia dirigió una clínica en Catamarca, en la que desarrolló un departamento de investigación. Aunque su desempeño principal fue en la medicina privada, también incursionó en la salud pública.
En los pueblos se vive mejor
Antes que médica, la doctora Arias es en Villa del Dique la alumna de la escuela Almirante Brown, o del secundario Fray Mamerto Esquiú. Es la adolescente que trabajaba en la panadería Mónica o en la verdulería Licera. Es la amiga, la vecina, que por más que pasaron los años, no se olvida. En los pueblos es así.
Justamente esas relaciones interpersonales que se dan en las pequeñas poblaciones, ayudan a una mejor calidad de vida. La profesional asegura que, con tantos pacientes que ha atendido en su vida, puede concluir que, de forma global, la gente que mejor calidad de vida tiene, en lo físico y psíquico, es la que respeta el ritmo de los pueblos.
Por eso, recomienda “vivir como se vive en los pueblos, respetar el orden de vida de un pueblo, donde hay tiempos, espacios, pequeñas instituciones, con un conocimiento de la persona que está al lado, con quien trabajaste o te criaste”. Una cercanía –cita– que se pierde en los lugares más grandes.
“Nadie tiene tiempo en las ciudades, para nada, ya nadie sabe ni a dónde va”, sentencia.
Un “centro” al interior del interior
Su atención en Villa del Dique permite evitar que la gente tenga que trasladarse, al menos en la mayoría de los casos. “A la gente le cuesta moverse, hacer todo en un día, por lo menos este acercamiento permite generar como un tamizaje, esto lo puedo manejar acá, tengo herramientas básicas, y se puede innovar en detalles, que pueden hacer la diferencia”, apunta.
En la charla surge esa evidencia de la gran retracción de la medicina privada en el interior. Para la médica no es una cuestión de falta de recursos, sino de una errónea distribución.
“Yo veo derroches en la medicina, considero que no es que no haya dinero, sino que está mal distribuido. Yo me dedico básicamente a la prevención cardiovascular, con mi tensiómetro y estetoscopio no necesito una súper herramienta”, comenta. De diez pacientes, asegura que menos de uno necesitaría escalar a otro nivel de complejidad. Pero si no se trabaja en la prevención, a largo plazo todos necesitarán respuestas de mayor complejidad, y cada vez de forma más precoz.
En este punto, agrega otro eslabón: “No tenemos un solo análisis de costo-beneficio en la salud pública y privada en Argentina”. Interpreta que eso dificulta encauzar de forma correcta los presupuestos, como hacen otros países. “Entonces no sabemos si algo es caro, porque no hay estudios sobre eso”, agrega.
No hay estudios –y va a ejemplos– que determinen que una pastilla que puede costar 100 pesos, puede prevenir un infarto y el uso de un stent que cuesta mil dólares.