Antofalla y su única calle

Una pila prolija de cueros de llama, con un par de piedras encima para evitar que el viento los desparrame, se secan al sol; al lado del abuelo de 91, que descansa un ratito sobre su bastón camino a su rancho.
En la misma calle, la única de Antofalla, un camión “duravit” estacionado paralelo a la pared, corta la monotonía amarronada del adobe y evidencia que hay infancias entre el puñado de habitantes. 45 según el censo 2010; 45 según los propios pobladores en mayo de 2022. Sin cambios en 12 años.
Todo pasa en la única calle de Antofalla, en plena puna catamarqueña, a pura polvareda. Un sitio inhóspito y aislado en un terreno escarpado que se eleva hasta casi los 4 mil metros sobre el nivel del mar, pero que tiene a minutos de distancia bellezas naturales extremas, esas que emocionan al verlas por primera vez.


Como los increíbles ojos del salar más extenso del mundo o las lagunas o el volcán que toma el mismo nombre que el paraje o las montañas con contrastes de amarillos, rojizos y marrones, por la variedad de sus minerales. Acá son todos homónimos: salar, volcán, todos remiten a Antofalla.
Y esos paisajes agrestes e inclasificables, no logran por ahora potenciar un perfil turístico sustentado en otra dimensión. Es que por acá arriba, como en otros tantos rincones del norte argentino, la batalla la gana desde hace décadas la minería, que prácticamente no impacta entre la gente común, salvo porque mantiene algunos caminos en buen estado.
La explotación de litio más grande de la Argentina está a pocos kilómetros, en el Salar del Hombre Muerto. Y un nuevo proyecto minero está a punto de arrancar en Antofalla. Mientras, el puñado de pobladores, olvidados, intenta apuntalar, con comidas regionales y sonrisa auténtica, un proyecto turístico que viene relegado por goleada por el minero.


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