Tradiciones del norte cordobés: el Patio de los Pacheco, una leyenda que regresa

Un relato de la noche en que el mítico espacio de la cultura folklórica volvió a levantarse, en Deán Funes, tras dos años sin alma por la pandemia.

La calle Santiago del Estero al 862, en el corazón de Deán Funes, vuelve esa noche a ser la más transitada del barrio Paz. Casi en una esquina, está el más mítico de los reductos folklóricos del norte cordobés: el “patio” del Gringo Pacheco.

Aunque ya no es de tierra, ni los árboles bordean su contorno ni la parra deja entrever las estrellas, el espacio convertido en quincho sigue siendo un templo de la música popular, que volvió a “sonar” tras dos largos años de pandemia.

El confinamiento negó muchos encuentros, pero no logró aquietar el espíritu del lugar.

LA EXCUSA PERFECTA

Una fiesta de cumpleaños de una amiga, de las tantas que cultivó la familia, fue el acontecimiento que disparó la reapertura del patio folklórico. La agasajada, oriunda de Almafuerte, recorrió más de 200 kilómetros para llegar, al igual que la treintena de invitados que la siguieron desde distintas ciudades de Córdoba y de otras provincias. Con los locales, el patio se colmó, otra vez, como antes.

“La familia cantora”, como la titula un documental de 2016, de Sergio Constantino, arrancó hace más de medio siglo con el casamiento de dos hermanos Pacheco –Héctor “Choya” y Miguel Ángel “el Gringo”– con dos hermanas Vergara –Elsa “Negrita” y Nancy–, hijas del “patriarca” de los bandoneonistas Pedro Vergara.

En ese momento, se unieron dos familias musicales y comenzó a rodar la leyenda, que cuenta que, por ese patio, hicieron base alguna vez los principales exponentes del folklore argentino. Suna Rocha, Los Carabajal, Luciano Pereyra, el Chaqueño Palavecino, Daniel Toro, Los Nocheros y tantos más.

Fue Elsa, pensando en su cuñado Choya, quien muy joven se había ido de la casa a tocar la guitarra (aún no tenía ni 18 años), quien instaló la idea de que su hogar sería la casa de los músicos que pasaran por allí, en un sitio estratégico, cerca de la ruta 60, conexión de Córdoba hacia el norte argentino.

Los Pacheco, en un escenario. Una leyenda que se sostiene. (Gentileza)
Los Pacheco, en un escenario. Una leyenda que se sostiene. (Gentileza)

“Si pasaban por Deán Funes y estaban cansados y querían comer algo casero o compartir un momento en familia, estábamos disponibles; y eso se empieza a saber en el ambiente. Lo cierto es que los músicos llegaban sin habernos conocido antes y teniendo como referencia que los esperábamos a la hora que sea”, cuenta Iris Pacheco (53), una de las hijas de Elsa (ya fallecida) y “el Gringo”.

En una ocasión, parte del clan Carabajal llegó de madrugada y Elsa acomodó a los seis hermanitos para darles lugar a los músicos. “Mi mamá nos llevó a algunos a la cama grande y a otros acostó de a dos, y dejó libres algunas camas para que ellos descansen”, contaron.

Y la leyenda seguía alimentándose.

COMIDA, MÚSICA, BAILE

Las mollejas de cabrito al vino blanco, marca registrada del anfitrión que no sólo es hábil con la guitarra y el canto, comienzan a develar que la noche del regreso era especial. Además de la pandemia, la familia había bajado la intensidad por tragedias familiares que los golpearon, confiesa Iris.

Y en esta mitad de 2022, decidieron que era tiempo de volver a celebrar.

“El Gringo” (76) canta sentado en el escenario “La Oma”, el clásico de los Tucu Tucu, que también tienen sus viviendas en el templo.

Atahualpa Yupanqui

Y esa noche, después de la caprichosa impasse que dispuso el Covid, se juntan de nuevo los cuatro hermanos. Se agregan Choya (74), quien desde hace medio siglo integra Los 4 de Córdoba; Jorge (64) y José (66), exguitarrista de Cacho Buenaventura. Y la música brota.

Toda la familia toca algún instrumento musical o canta. Varios con proyección nacional, junto con figuras de la música popular como Luciano Pereyra, La Sole o El Chaqueño. Otros, con otras búsquedas, como Rosario, una de las hijas del “Gringo”, que utiliza el saber que aprendió en su niñez para practicar musicoterapia.

LA MÚSICA, PRIMER LENGUAJE

“Ellos aprenden la música como primer lenguaje, nacen en ese ambiente y lo hacen de forma natural”, cuenta una vecina que admira el talento y el clima que se vive y que continúa como legado hacia los más pequeños.

Para Iris, una de las claves es el respeto: escuchar a quien está interpretando.

Las dos mesas largas con alma de tablón, sobre las que humean cazuelas con guiso de lentejas, invitan a la charla.

En uno de los extremos asoma el recuerdo de Sorpresa y media, cuando el programa de TV conducido por Julián Weich les cumplió el sueño de grabar un CD. Un colectivo de dos pisos trasladó a más de 60 familiares a Buenos Aires a un patio armado en el teatro La Ribera. Y las anécdotas no paran. “Al principio íbamos todos quietitos, pero cuando nos dimos cuenta de que estábamos nosotros, se empezó a armar como un minifestival”, dice Iris, que es docente y también tiene una gran voz.

LAS JOYAS DE LA FAMILIA

Entre las fotografías en la pared del fondo del quincho, lucen ellas. Son Las Pacheco, el grupo de las cinco vocalistas de la familia que tuvo un recorrido elogiado.

Dos grupos de hermanas, primas entre sí, que iban juntas al colegio y, además de las fiestas familiares, cantaban en el coro de la iglesia. Cuando Claudio Pacheco, con apenas 18, comenzó a realizar arreglos vocales y armonizaciones, el talento natural pasó a otra dimensión. “Fueron épocas maravillosas, eran las joyas de la familia”, rememora Iris.

Recuerda que su madre y su tía –las dos Vergara– componían un dúo con mucha actividad musical en la zona, acompañadas por su padre, el mítico don Pedro. Una vez, arrasaron con el porteño certamen televisivo de Roberto Galán Si lo sabe cante.

La distancia las separó, y cada vez que se veían no podían terminar la canción que entonaban, por la emoción que las invadía.

De pronto, se silencia por un rato el escenario y, en el medio de la pista, en círculo la gente se une bajo el comando del profesor de danzas Carlos Zalaya, que organiza una clase de zamba. “A mí la danza me salvó la vida”, dice casi al pasar el hombre. Acá, en el polvoriento Deán Funes, la música salva.

El frío invernal que de noche cala hasta los huesos afuera se derrite adentro, con la magia que contagia la nutrida familia musical Pacheco-Vergara.

“AMOR AUSENTE”, COMO LA PRIMERA VEZ

“Yo estaba viendo la transmisión de los premios Gardel por ‘tele’, en mi casa de Frías, cuando le ganamos a tu ídolo, Paulo Londra”. Lo dice Eduardo Bechara (47) y le sonríe a su hija Azahar, de 15. La charla es una de las tantas que se entrecruzan en dos mesas interminables. A su lado, está Claudio Pacheco (46), durante años guitarrista del Chaqueño Palavecino y líder del grupo Los Pachecos.

25 años atrás, esos amigos de Deán Funes –uno poeta, el otro músico– compusieron Amor ausente, la vidala que, en ritmo de rock, Eruca Sativa y Abel Pintos catapultaron luego a todo el país.

Esa noche de 2019 se llevó el premio a la mejor canción de dueto, desairando a Londra, a Diego Torres, a Los Auténticos con Mon Laferte y a Axel con Soledad. La reversionada canción nacida en Deán Funes, primera, arriba.

En este quincho, donde la estrenaron alguna vez, los amigos vuelven a los veintipico y la vidala vuela alto una vez más. Y es otro momento de una noche especial.

EN EL NORTE CORDOBÉS

El patio de los Pacheco pasó a la inmortalidad también con la popular canción “Del norte cordobés”, chacarera emblema del músico también deanfunense Ica Novo, ya fallecido. Ica nunca imaginó, según contó más de una vez, que trascendería el interés regional para convertirse en la canción más grabada del género

“En la casa de los Pacheco, guitarra y bombo, palmas y mandolín.

Para que sepan cómo se toca la chacarera por Ischilín.

Y si quieren conocer a un bandoneonista como no hay más

óiganlo a don Pedro Vergara, que ni dormido pierde el compás”.

“Nunca una pala en ese patio”, hilvanó enseguida el humorista Cacho Buenaventura. Cuando “el Gringo” se jubiló (fue profesor de carpintería durante 36 años en un colegio técnico), le hicieron una cena de despedida y le regalaron… una pala.

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