La “leyenda” de los dólares en el basural de Villa del Dique

El viernes 13 de setiembre de 1996, no sería uno más en Villa del Dique. Ese día, se tejió una de las historias más particulares del pueblo cuyo principal sello es el lago. Ese viernes 13, nacería una leyenda que no se borraría más del imaginario colectivo. Fue el día de los dólares encontrados en el basural.

Ramón en una producción fotográfica de años atrás, para La Voz del Interior.

Ramón Otaño (71), uno de los protagonistas de la historia, habló por primera vez del hecho, varios años después. En ese momento, seguía siendo empleado municipal, trabajo que desempeñó por más de 40 años.

En su comedor de paredes descoloridas y tapizadas de adornos, volvió a hablar de un episodio que le otorgó un rato de notoriedad. De los “quince minutos de fama” que lo etiquetaron como el recolector de residuos más popular del país, cuando aún las noticias no se “viralizaban”.

Un mural del equipo de fútbol local, el Deportivo Villa del Dique, un cuadro con la foto de Eva Perón y otro de Jesucristo, fueron testigos silenciosos de una charla en la que los detalles fluyeron a borbotones.

Casi tres décadas pasaron ya del episodio que rompió el andar cansino del pueblo habitado, en ese momento, por poco más de tres mil personas, que quedó arraigado con una fuerza descomunal en el imaginario colectivo.

Fue el principal protagonista del suceso del que persisten más interrogantes que certezas, aunque algunas dudas se disiparon por primera vez.

El viernes 13 de setiembre de 1996, rompería el molde de las rutinarias jornadas laborales, que se acumulaban sin demasiados sobresaltos. “Salimos a recolectar los residuos e hicimos el recorrido de siempre, en un tractorcito con el carro, y al llegar al basural nos pusimos a descargarlo a mano y en una de las tiradas, vi que volaban algunos billetes”, recordó Ramón el primer eslabón de la historia. Al principio, ni le prestó atención. “¿Cómo iba a haber plata en la basura?”, se preguntó incrédulo. Volvería a preguntárselo decenas de veces.

“¡Están volando billetes de cien dólares!”, gritó su cuñado y compañero de trabajo. “Como eran nuevos, ya que habían cambiado hacía poco, creí que no eran de verdad”, reveló. Eran de un verde más intenso y con los números y figuras de mayor tamaño que el modelo anterior. Ramón continuó descargando bolsas con los deshechos de los vecinos de Villa del Dique sin inmutarse. “Tomé la horquilla y empecé a bajar basura y vi que de una bolsa cayó un fajo de billetes, pero seguía sin darle bolilla”, confesó. Creyó que pertenecían a algún juego de mesa, como el Estanciero, que alguien habría descartado.

El hombre siguió afirmando lo mismo que declaró 27 años atrás a los medios que lo entrevistaron y a la Justicia: nunca imaginaron que el dinero era legítimo. Tomaron sólo un paquete y algunos billetes sueltos y dejaron -sin siquiera espiar en su interior-, la bolsa de consorcio de los que habían caído y que entreabierta, insinuaba que había más. “Me traje un fajo en el bolsillo para que jugaran mis hijas. No sé cuánto era, pero sé que era mucho y que quedaban en el basural muchos más”, aseguróó.

“El chofer y yo fuimos los únicos que tomamos algunos, él habría juntado 5.000 pesos de ese tiempo”. Ramón aseveró que eran todos de 100 dólares, fraccionados en paquetes “como recién salidos del Banco”.

En una amena charla mañanera en su casa, se hilvanaron varias de las piezas de un rompecabezas que nunca logró terminar de armar. Estaba dispuesto y con ganas de reconstruir una historia que ni sus familiares cercanos escucharon de su boca. El ladrido de los perros del barrio y los murmullos que salían del televisor desaparecieron, tapados por la charla sobre aquel viernes 13.

“Hoy les pago yo”

Eran años complejos para las administraciones locales. Eran tiempos de “vacas flacas” y salarios atrasados en la pequeña Municipalidad. En su rol de delegado gremial, pasaba cada viernes a la sede comunal a consultar si por fin había plata para sueldos. Y tampoco habría ese día.

Desde allí se fue al galpón adonde se reunía una treintena de empleados y decidió improvisar una broma, que nadie olvidaría jamás. “Muchachos no se hagan problemas que el jefe no les va a pagar, pero yo sí”, lanzó en la profundidad del salón con piso manchado de aceite. Ante las miradas sorprendidas, comenzó a repartir billetes. “Les di 100 dólares a cada uno y a algunos más, pero sin saber que eran válidos”.

Cuenta que esa misma tarde debía retirar una pollera que una modista le había confeccionado a una de sus hijas para bailar folclore y pidió dinero prestado para pagar el trabajo, mientras “tenía esa plata en el bolsillo”. Asegura que nunca contó el dinero que tuvo por un rato.

Ante la sospecha de que eran dólares verdaderos, algunos de los empleados que recibieron el regalo de la mano de Otaño confirmaron la autenticidad de los billetes. “Estuvimos haciendo ver la plata que nos diste y es buena, vamos a ver si quedó más”, le dijo un compañero horas después del hallazgo.

Aun sin creer lo que le decían, Ramón también volvió esa tarde al basural. Ni rastros quedaban de los dólares. Observó una fila interminable de vecinos que recorría ese camino que tan bien él conocía, como una procesión. “Parecía una quinta como había quedado, la tierra estaba como arada, mucha gente había estado revolviendo”. Ahí se dio cuenta que había tenido una bolsa de dólares legítimos en la punta de su horquilla. La noticia se había dispersado rápidamente. ¿En manos de quién o de quiénes habría quedado el botín de la bolsa negra? Fue uno de los principales interrogantes que la leyenda colectiva que se fue tejiendo no alcanzó a develar.

El damnificado nunca denunció la pérdida, lo que contribuyó a que comenzaran a rodar decenas de hipótesis incontrastables sobre los orígenes del dinero, que era producto de un atraco o el botín de un “narco”. “La increíble historia de 30.000 dólares encontrados en la basura”, disparó el diario riocuartense Puntal el martes 17 de septiembre desde su portada. Dato que, en realidad, nunca se logró corroborar. Según consta en el expediente, la Policía recuperó apenas 1.300. Sin dudas, muchos billetes quedaron en el camino o en otros bolsillos.

“Averigüé y me dijeron que esos dólares hacía apenas dos meses estaban en circulación en los Estados Unidos, por eso acá eran desconocidos”. El descubrimiento de Ramón llegó tarde.

La Policía actuó de oficio. De inmediato los agentes comenzaron a interrogar a los involucrados. “Mi casa parecía una comisaría, teníamos móviles por todos lados y a cada rato me llevaban allá arriba (al predio del basural). Pero qué íbamos a ver, si no habían dejado nada”. Al obrero le incautaron lo poco que le quedaba después del reparto en el galpón. “No me arrepiento habérsela entregado a la policía”, aseguró. “Los que no lo habían gastado tuvieron que devolverlo, pero la mayoría ya no lo tenía, algunos pagaron las cuentas corrientes que debían en los comercios”, contó.   

“Para otros pasé a ser el tonto de la película, yo hice lo que me parecía que estaba bien”, reflexionó. Las particulares características del hecho despertaron el interés de medios de comunicación del país y hasta de un canal colombiano, que provocaron una fuerte repercusión en años sin la tracción de las redes sociales, cuando la información global era parte del futuro. El periodista Gonio Ferrari fue uno de los que estuvo en Villa del Dique cubriendo la noticia. Fernando Bravo se contactó por teléfono fijo para tener la voz de Ramón, entre muchos otros periodistas que replicaron la particular historia.

La causa judicial caratulada como “presunta defraudación atenuada” prescribió tres años después, en setiembre de 1999, con el sobreseimiento de los 7 empleados involucrados en el cinematográfico hallazgo.

Hasta ese preciso momento, Ramón mantuvo la ilusión de recibir algunos “verdes”. “Cuando me llamaron del Juzgado pensé que me iban a dar esa plata y empecé a hacer cuentas, pero era para decirnos que habíamos sido absueltos. Yo no sé qué se hizo con la plata”, comentó.

“Como soy creyente, le pedí tanto a Dios que nos ayudara, porque la estábamos pasando mal, y quizás se acordó, pero yo no le creí, si la mandó no la supe aprovechar”, subrayó.

“A lo mejor hoy sigo tan pobre, pero creo que hice lo correcto”, cerró la charla, ya cerca del mediodía.

Como nadie reclamó como propios esos dólares, los billetes extranjeros quedaron depositados en una cuenta bancaria de la sucursal riotercerense del Banco Córdoba, y allí estuvieron al menos 14 años. Después de la consulta de La Voz del Interior para una nota publicada en 2010, el fiscal de Instrucción de ese momento, Marcelo Ramognino, aseguró que solicitaría formalmente disponer de ese dinero para la compra de una computadora para el personal que tenía a su cargo. La plata, no alcanzaría para mucho más.

No hubo detenidos por el caso. La figura penal prevé pena de multa y no contempla restricciones a la libertad del sospechado de haberse apropiado de una cosa ajena.

La Justicia finalmente consideró los dichos de los imputados, que declararon que llevaron el botín a sus casas convencidos de que se trataba de “billetes de propaganda”, que se los habían dado a sus hijos “para que jugaran”.

¿Quién o quienes se quedaron con el resto del dinero? ¿Cómo llegó esa bolsa con dólares al basural? El damnificado, con la difusión que tuvo el tema, ¿por qué nunca lo reclamó? Muchas incógnitas, aunque algunas menos que hace 27 años, seguirán alimentando la leyenda pueblerina.

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