Sofía y su gatita Petra, un vínculo que atravesó el océano: de Italia a Calamuchita

La primera vez que la escuchó, fue a mitad de una noche de tormenta. Sus maullidos agudos y potentes parecían salir desde abajo de la tierra, sepultados en algún rincón del jardín de la casa en la que vivía, en Milazzo, Sicilia (Italia).

Sofía y Petra, en la celebración de Año Nuevo en Calamuchita.

Esa noche salió a buscarla, pero no pudo verla. Al día siguiente, seguía allí y la vio: una gatita negra con penetrantes ojos verdes y pelos parados. Rebelde, arisca y desnutrida, apenas asomaba entre unos escombros y volvía a esconderse. No tendría más de un mes de vida.

Comenzó a dejarle comida y a acercarse un poco más cada día, hasta que, en una de esas visitas sigilosas, la gatita bajó la guardia y se dejó adoptar.

Sofía Aimetta (29) es de Santa Rosa de Calamuchita y se encontraba en Europa, en una experiencia de vida itinerante desde hacía más de un año.

Pese a su condición de viajera, no dudó en adoptarla. La bautizó Petra, que significa negra en portugués. “Su nombre original es Gea Petra, que significa tierra negra, porque la encontré en la tierra, en la profundidad de los cimientos, y el negro significa muerte; esa dualidad de vida y muerte, estoy segura que estaba muy al borde, y que su mamá la abandonó esa noche de tormenta”, describe Sofía, con su mirada mística.

La historia comenzó en ese pueblo italiano, bañado por las aguas del mar Tirreno, pero tuvo varios capítulos por distintos lugares del mundo. A los meses, Sofía regresó por unas semanas a la cordobesa Calamuchita a visitar a su familia y Petra quedó en Sicilia, a cuidado de un primo.

Cuando la joven volvió a cruzar de Argentina a Europa, se mudó a Aragón, en España. Tomó un vuelo a Sicilia para reencontrarse con Petra y juntas volaron a su nuevo hogar.

Sofía y Petra, una historia. Ahora en Córdoba. (Gentileza)
Sofía y Petra, una historia y mil aventuras.

En Fayón vivieron tres meses, Petra estaba en modo “salvaje” y disfrutaba de su libertad en la naturaleza. Desde allí subieron a Cataluña, a la zona de Los Pirineos, al límite con Francia, a un nuevo destino.

Sofía seguía conociendo distintos lugares, trabajando en actividades vinculadas al turismo y estudiando astrología. Y Petra con ella, del mar a la nieve, del llano a la montaña.

A los dos días de llegar al nuevo hogar, cuando se estaban adaptando, la felina desapareció. “Fue un momento difícil, no paré de buscarla hasta que al final doné sus cosas y la solté”, recuerda. Fueron tres meses sin noticias de Petra.

Casualidad, o causalidad

En esa etapa, la joven trabajaba en un bar de Montferrer y una noche entabló un diálogo con David y Marta, quienes eran clientes habituales. La pareja estaba con un perro chihuahua, que disparó por primera vez una charla más allá de los límites convencionales.

El hombre era dueño de un refugio de animales y había salido a pasear con el pequeño perro. En ese contexto, Sofía contó de Petra y de su desaparición. Y David le dijo que hacía meses habían llevado al refugio una gatita y que tenía un chip, colocado en un lugar diferente al habitual en España.

A los tres días, le llegó la confirmación. Por la identificación era Petra, y la estaba esperando. Nadie aún la había adoptado.

Al día siguiente, Sofía visitó el refugio, que se encontraba en un pueblito a 15 kilómetros. En un viaje con un paisaje “de película”, con los Pirineos y sus verdes y amarillos otoñales, llegó al refugio de animales. Y allí estaba la gata compartiendo jaula con otro gato. La conexión fue inmediata. Era Petra, sin dudas y más allá del chip.

“Me acerco a la jaula y ya escucho un maullido, apenas me vio o sintió mi olor, vino corriendo y se prendió a la reja, yo le ponía mis dedos y ella me acariciaba con su cabeza y no paraba de maullar”, describe Sofía ese reencuentro lleno de emoción. “Había otro gatito que también se acercó y ella, con un sonido, le aclaró que yo era su humana”, sonríe.

Luego, completó el papeleo con la ayuda de David que le facilitó el trámite. Pagó 20 euros por la gatita “en oferta” y volvió a adoptarla.

“Ambas sabíamos que nos habíamos reunido otra vez y que no nos íbamos a separar, lo que haga con mi vida, Petra vendría conmigo, ella también había sufrido”, sentencia Sofía.

Al tiempo se enteró que fue un vecino del barrio adonde acababan de mudarse, en Cataluña, quien la encontró y la llevó al refugio.

Regreso a casa

Era su última etapa en Europa y cuando recuperó a Petra, Sofía ya tenía pasaje de regreso. Ajustada con los tiempos, tuvo que realizar varios trámites y una logística compleja para poder sacarla del país. En España, hay muchos controles sobre mascotas.

Ya había asumido en esos últimos días, un compromiso laboral en Paris y tenía un viaje programado a Cúneo, tierra de sus ancestros, antes de regresar a Argentina. Petra quedó a cuidado de Rubén, un amigo de Fayón, que luego la trasladó más de 700 kilómetros en su auto hasta el aeropuerto de Barajas, en Madrid, para tomar el vuelo hacia Argentina. Rubén fue un gran apoyo en la logística y en lo emocional, agradece Sofi.

Su dueña, nunca se deslindó de las responsabilidades de su mascota. Gastó más de 150 euros en controles de veterinarios, pasaje y el bolso para transportarla, que tuvo que comprar nuevamente luego de regalar el que tenía cuando estuvo perdida.

En un aeropuerto, Sofía lleva a Petra, cargada en un bolso para gatos en viaje (Gentileza)
En un aeropuerto, Sofía lleva a Petra, cargada en un bolso para mascotas.

El último vuelo de la gatita viajera

Petra tiene pasaporte dentro de la Unión Europea con varios sellos. Los controles para salir del país desde Madrid, fueron exhaustivos. Un veterinario de guardia en el aeropuerto la examinó antes de viajar, el mismo día del vuelo. Hasta ese momento, la joven no tenía la certeza si podría volar con su gatita.

Sofía logró realizar los trámites y pagó un ticket diferencial por Petra (un 50% de su vuelo).

“Pura facha”, Petra en su pasaporte europeo.

Faltaba el último tramo: 12 horas en el aire. Ingresaron al avión con embarque prioritario. Petra iba dentro de un bolso transportador de mascotas, debajo del asiento y sedada con relajantes homeopáticos.

En un momento, tras varias horas de viaje Sofi intentó abrir el bolso para que Petra asomara su cabeza, pero en su afán de salir, le lastimó la mano. Así que debió ser asistida para que le curaran la herida. En ese momento, uno de los pilotos recorrió el avión, hasta el extremo trasero del avión, adonde la estaban curando y le preguntó si era la dueña de la gata. Petra había logrado escapar del transportín y estaba muy cómoda en brazos de otra pasajera. Fue un momento de alto stress que quedó transformado en anécdota.

“Siento una mano invisible fuerte, que hace que ella hoy esté conmigo, atravesado fronteras, refugios e incluso el borde de la vida. Sé que me va acompañar a donde vaya, y tengo la firmeza q estará conmigo hasta el final”, para Sofi, ambas están “predestinadas”.

Hoy Petra ya está adaptada a otro nuevo hogar, en Santa Rosa de Calamuchita, conviviendo con tres perros y una gata y rodeada de verde, montañas y ríos. Ahora despliega su espíritu inquieto en las sierras de Córdoba.

Esta nota fue publicada en el diario La Voz del Interior, en su edición digital del miércoles 3 de enero de 2024.

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